martes, 2 de septiembre de 2014

¿Y qué pasó?




Ese momento en el que miras a tu amiga, y te preguntas, ¿Qué pasó? Tú eres la misma. Ella probablemente es igual a como era antes. Entonces, ¿Qué cambió? No parece haber motivo para una separación tan drástica. Es algo que intriga. Más que eso, confunde, nos hace entrar en un estado de shock en el cual somos incapaces de pensar con claridad. Y si no hay claridad, ¿Qué otra cosa nos puede ayudar a tener confianza en el futuro? Sin claridad, esa inseguridad puede dar miedo. Podemos no tener claridad de bastantes cosas. Pero cuando perdemos la claridad del cariño que les tenemos y que nos da la gente que nos rodea, es algo que va más allá. Se nos va la fe de que las personas que amamos estarán ahí para siempre, con nosotros. Nos damos cuenta de que, por más que los queramos mantener a nuestro lado infinitamente, no podemos manejar las vueltas de la vida. No somos dioses. Todo aquello que no podemos controlar nos aterra, lo que muchas veces tiene una razón más que válida.

El día a día es demasiado diferente a como solía ser antes. Ahora, cuando te sonríe preguntándote cómo estás, tienes la sensación de lo hace por deber. Te preocupas de que no le intereses en realidad. Nadie tiene las palabras perfectas, sin embargo tenemos un  hombro perfecto para que cualquiera llore. ¿Para qué más fue creado? Para poder decir lo que temes, poder expresar esa distancia que te aleja de la otra persona, envolviéndote como cadena. Los hombros merecen una oda, unas gracias, un reconocimiento, un día en su honor. Porque son de los pocos que tienen la llave que abre el candado de esa cadena.


Aunque estés con un grupo numeroso, por alguna razón te sientes sola. Nada importa si esa amistad que creías duradera se va decayendo. Tu inocencia va dando paso a una sed angustiosa y desesperante de amor. Solías tener esperanza. ¿Dónde quedó? ¿Y qué pasó con ella? Te estás mostrando a ti mismo lo peor de ti. Quisieras no hacerte tanto daño, que tu mente dejara de jugarte una mala pasadas. Lograr fingir que la indiferencia no te está matando lentamente por dentro. Los podrás engañar a todos, aunque, no podrás engañarte a ti mismo.

Sabes que la lejanía es comparable a un veneno. Un veneno altamente tóxico, que no se consume por la boca, sino a través de los recuerdos. Recuerdos dolorosos. Algo te impide dejar de tomar ese veneno. Te va a matar, pero tu garganta pide y pide.

Lo peor de todo es que no hay respuestas. O, al menos, no las tiene ninguna persona que conozcas. Podrán intentar darte una. Mas no podrás evitar preguntarte, si acaso no era una respuesta incorrecta. Si no estás segura, si no confías, ¿En serio vale?

No nací para contestar. Es más, tengo mucho que preguntar todavía, tampoco tengo mi vida asegurada, y me da miedo pensar en lo que podría llevar a pasar más adelante. Por otro lado, sí estoy acá para decirte esto; sólo tú lo sabes. Es complicado de entender porque implica una gran responsabilidad. No debes olvidar que eres inteligente, con una gran sabiduría. Cultívala, y verás que ya no necesitarás hacer preguntas para saber que podrás con las respuestas.

Tal vez no las tengas. Pero podrás con ellas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Gracias por comentar! Me interesa saber lo que piensas. Miau